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Crónica de un migrante (legal)

  • Javier Grazioso
  • 22 ago 2018
  • 2 Min. de lectura

Un médico graduado de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Una vida de un estudiante de medicina normal a finales de los 90 y principios de los 2000. Roberto, el imponente médico de 1.91 metros de altura, pero con una actitud, que, después de escucharle, te hace olvidar lo alto que puede ser. Después de 6 años en la tricentenaria la vida en Guatemala para Roberto se estaba tornando monótona.


En 2009 decidió perseguir sus sueños y estudiar medicina interna en Conneticut, Estados Unidos. La violencia y la falta de educación en nuestro país, como muchos migrantes, fueron lo que llevaron a Roberto a emigrar y a dejar atrás la casa de sus padres y a sus abuelos.


Los primeros días en Conneticut fueron fríos y duros, además de solitarios. Con la ayuda económica de sus padres logró conseguir dónde quedarse y poder comenzar a entrenarse para ejercer medicina en la tierra de las oportunidades. Al pasar sus tres exámenes después de muchas horas incansables de estudio, que solo sumaban a sus años de esfuerzo en su país natal, logró aprobar, y pudo aplicar para poder trabajar en el hospital de Conneticut y seguir su sueño de especializarse en medicina interna.


Esa soledad inicial fue cambiando, y el guatemalteco fue haciendo amigos. Supliendo la falta de esa familia de clase media que había dejado en el país de la eterna primavera. Los largos turnos en el Herrera Llerandi en la ciudad de Guatemala y el regreso a su casa con sus padres, se convirtieron en largas jornadas de trabajo y un clima mucho más cambiante afuera del hospital, atendiendo personas que ni si quiera hablaban español, pero que eran tan agradecidas con él como sus mismos compatriotas.





El éxito comenzó a llegar a su vida nuevamente, y se comenzó a sentir más en casa cada vez. Guatemala, aunque dentro de su corazón, se sentía más lejana cada vez. Regresando quizá solo una vez al año, al final, para pasar las fiestas con su familia que tanto quería (y quiere) por unos cortos días. Celebrar navidad, hacer una que otra oración junto a sus seres queridos y luego descansar unos días en Puerto San José antes de regresar a su vida adquirida, a aquellas calles, mejor asfaltadas, más frías y más tranquilas.


Roberto se alejó físicamente de Guatemala, pero un pedazo de su corazón quedó aquí y quedará siempre aquí. De haberse podido quedar, realmente lo habría preferido, pues es un hombre muy familiar, y su hogar está realmente donde está su familia.


No todos los migrantes tienen una vida extremadamente difícil. No todos los migrantes van a Estados Unidos indocumentados. No todos los migrantes viven ahí con temor. Ni todos los migrantes son criminales. Migrantes como Roberto, ponen el nombre de Guatemala en el mapa y son embajadores, tanto de Guatemala como de Latinoamérica.


Guatemala necesita más personas profesionales. ¡Quédate a mejorar Guate!


 
 
 

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